Archivo | May 2014

Oficios, verdades a medias

A cualquier parte que vallamos siempre nos encontramos con una persona que se desempeña limpiando el lugar, o si salimos a la calle podemos ver a distintos vendedores ambulantes que ofrecen la más variada gamas de productos para captar a los clientes. Sin embargo, me pregunto, ¿Qué los llevo a trabajar en estos oficios?

En la siguiente nota trataremos de mostrar un poco más allá a estas personas que trabajan día a día como el resto pero son menos valoradas por la sociedad. Que quede claro que no por trabajar en la «calle» son menos que el resto de las personas, al contrario, ellos son una clara imagen de lo que somos como sociedad.

Carrito de las sopaipillas

En la foto podemos apreciar a Claudio Flores, vendedor de sopaipillas por 30 años. El Señor Flores comenta sobre sus años trabajando en la calle «antes era distinto, me iba mejor, ahora trabajo menos eso si, solo la mitad del día. A Claudio lo podemos encontrar entre las calles Romero y Cumming, los días de semanas. Como dijo antes, su horario consiste solo en la mitad del día, ya que por sus 65 años de edad la salud juega un papel fundamental. Lo bueno de ser dueño de su propio negocio es manejar sus horarios, Flores se demora 10 minutos aproximadamente en llegar a su puesto de trabajo. El vendedor se encuentra satisfecho con su lugar de trabajo al no tener competencia en el sector.

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Tía del kiosco

Es fácil sacarle una sonrisa a las «tías» que venden afuera de la Sede Huechuraba de la Universidad Mayor. Son en su mayoría mujeres quienes muy temprano en la mañana llegan con sus productos dependiendo del tiempo. En el invierno venden cafes y sopaipillas y en el verano, podemos encontrar líquidos completamente congelados, pero ¿Quiénes son estas personas?

Entrevistamos a la Señorita Valesca Paredes de 26 años de edad, quien hace ya prácticamente dos que trabaja en la sede Huechuraba. Una de sus suertes al trabajar en aquel lugar es la cercanía con su casa, al vivir a solo 3 minutos de distancia, lo que le permite llegar muy temprano en la mañana para atender a los estudiantes.

Valesca nos cuenta que antes de trabajar como la «tía del kiosco», ella se desempeñaba como trabajadora de cocina en el mall capitalino Parque Arauco y al quedar embarazada abandono su puesto laboral quedando sin trabajo hasta que apareció este nuevo oficio en su vida.

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Auxiliar de aseo

Siguiendo con nuestro camino, nos encontramos con  María Vargas de 64 años de edad. La Señora María como es conocida entre sus pares, hace tres años que trabaja en su actual puesto de trabajo desempeñándose como auxiliar de aseo en la Universidad Mayor. Al hablar más con ella nos cuenta sobre su antiguo trabajo: «Yo antes trabajaba en la SEK (Universidad Internacional San Estanislao de Kostla Chile) y era muy parecido a como es acá».

A sus 64 años de vida la Señora María no le teme al trabajo, es así como cada día de la semana viaja una hora para llegar hasta su destino.

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Lustra Botas 

Es prácticamente imposible ir a la Plaza de Armas de Santiago y no encontrarse con un lustra botas. Solo basta recorrer el centro de nuestra ciudad para darse cuenta que este oficio siguen en pie de lucha y que las personas que lo practican se niegan a dejar su puesto de trabajo. Hablamos con el Señor Guillermo Pérez lustrador de botas por más de 40 años, todo un logro si se considera que tiene 70 años de edad. La mitad de su vida se la ha pasado sacando le brillo a los zapatos ajenos y escuchando las más diversas historias.

Pérez vive en la comuna de Conchalí a 40 minutos de su puesto laboral, sin embargo, nos asegura que le encanta la Plaza de Armas, al poder interactuar con todo tipo de persona, incluido nosotros los estudiantes. Antes de dedicarse a este oficio Guillermo trabajó en una panadería en los años 60 abandonando aquel trabajo por diversos motivos. Hoy lo podemos observar regalando una cálida sonrisa a todo el que pasa y por supuesto a las personas que solicitan sus servicios.

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